Películas favoritas: Retratando a la familia Friedman

Esto es privado. Si no eres yo, no deberías estar viendo esto, pues es un asunto personal entre yo y yo. Esto es entre yo ahora y yo en el futuro. Entonces, apágala. No mires. Es personal.

David Friedman

Capturing the Friedmands es un documental que salió en 2003, cuando yo estaba terminando la carrera. Escribí sobre él en otro blog, que luego borré y después lamentaría. Al menos eso me permite dedicarle una nueva entrada.

Se supone que su director, Andrew Jarecki, tuvo la idea mientras grababa un cortometraje sobre payasos de cumpleaños en Nueva York. Al indagar en el pasado del que a su gusto era el mejor payaso, David Friedman o «Silly Billy», se topa con las peores credenciales que alguien con esta profesión posiblemente podría tener: un padre y un hermano acusados de abuso sexual de menores. El cortometraje cambió de tema y se convirtió en documental, centrado en la familia de David.

Sinopsis

Los Friedman eran una típica familia de clase media de un suburbio en Nueva York en los años ochenta. Elaine y Arnold Friedman criaron a tres varones – David, Seth y Jesse – y, como aficionados a los videos caseros, acumularon un buen archivo de películas que le brindaron a Jarecki extenso material para su obra.

El rastreo de una revista de pornografía infantil proveniente de Holanda y dirigida a Arnold Friedman en 1984, condujo a una orden de cateo en casa de los Friedman en 1987. Hasta ese momento, Arnold gozaba de buena reputación como padre, profesor y pianista. Se llevaba bien con sus hijos, aunque con su esposa se mantenía algo distante. En su oficina privada, los agentes descubrieron una colección de más revistas. Era un oscuro secreto del que Arnold no estaba orgulloso, pero que había logrado disimular lo suficiente para que la noticia tomara por sorpresa a su esposa e hijos.

El cateo también reveló algo preocupante. Había listas con nombres y teléfonos de varios niños que habían tomado clases de computación en la casa de los Friedman. Los agentes decidieron iniciar una investigación, basada principalmente en entrevistas con los niños, que confirmaría las sospechas de que varios habían sido abusados sexualmente. No solo eso, el hijo menor de la familia, Jesse Friedman – cuando ocurrieron los hechos él ya era mayor de edad – se mencionaba con frecuencia como cómplice. Así que, en 1987, ambos son detenidos y luego se les otorga libertad bajo fianza mientras se preparan para enfrentar sus juicios.

En ese inter, David, el hijo mayor, documentó con videocámara los sucesos que precedieron a ambos juicios sin imaginar que, 15 años más tarde, servirían para el documental. Los abogados y la esposa le sugieren a Arnold que se declare culpable para no recibir una pena tan severa y para de alguna manera tratar de reducir la condena de Jesse. Arnold es declarado culpable y condenado de 10 a 30 años de prisión. Más tarde y por presión de sus abogados, Jesse también se declara culpable para intentar evitar una sentencia de por vida y recibe de 6 a 18 años de prisión. La familia se fractura en múltiples sentidos y somos testigos de ello gracias a los videos caseros. Arnold se siente muy culpable de ver a su hijo en la carcel. Muere de un infarto en la prisión en 1995, aunque la versión alterna indica que se debió a una sobredosis de antidepresivos (hay cierta relevancia en esto, pues estuvo en juego un seguro de vida donde el beneficiario era Jesse). En 2001, después de 13 años en prisión, Jesse sale bajo libertad condicional, momento que también es capturado en el documental.

Aunque Jarecki intenta mostrarnos diferentes ópticas, se hace manifiesto algunas inconsistencias de la investigación. Para empezar, todo el juicio se basa en testimonios y ninguna evidencia física. La forma en que se entrevistó a los niños resulta cuestionable al sugerir que permitió sesgos e incluso algún tipo de histeria colectiva. Algunos niños y sus padres niegan por completo cualquier abuso. Otras versiones sencillamente no cuadran y, posterior al documental, algunos niños (ya convertidos en adultos, por cierto), se retractarían y afirmarían haber sido coaccionados. (El único testigo adulto, Ross Goldstein, a quien no menciona la película, se retractaría también en 2013). En mi opinión, la culpabilidad de Arnold parece estar mucho más clara que la de Jesse.

Posterior al documental y los 5 años de libertad condicional luego de salir de prisión, Jesse Friedman inició una batalla legal a fin de demostrar su inocencia que se ha extendido por 15 años. La versión de su historia, incluidos los detalles más recientes, se pueden leer en el sitio Exonerating Jesse Friedman. De acuerdo a este, en octubre de 2021, un Tribunal Federal volvió a negar el reclamo de inocencia argumentando que, dado que la sentencia penal esta cumplida en su totalidad, el tribunal ya no tiene jurisdicción sobre ella. Con la etiqueta de «depredador sexual violento», la vida no es fácil para él ni su esposa. «Nunca voy a dejar de luchar para demostrar mi inocencia porque la verdad es importante. Lo que me pasó es inaceptable» – afirma Jesse en su sitio.

Reflexión

Ver a David Friedman grabando su video diario emocionalmente devastado fue una de las cosas que más me impactó del documental. Para David, Arnold es su cariñoso padre, para la sociedad es un monstruo. Y ambos tienen razón. ¿Cómo concilia un hijo ambas verdades? En su justa dimensión, veo situaciones parecidas cuando, al crecer, descubrimos una parte secreta o vergonzosa de nuestros padres o los hallamos cometiendo faltas graves. Tengo un amigo que un día tuvo que ir a ayudar a su padre que estaba detenido por intentar robar ropa en una tienda. El comediante Daniel Sosa, vivió algo parecido cuando su madre lo abandonó para hacer una nueva vida y años más tarde descubre a su padre robándole dinero de sus ahorros. El ídolo se nos viene abajo. Al final, es la evidencia incuestionable de que nuestros padres son tan humanos como nosotros. El bien y el mal conviven también en ellos y, en muchos aspectos, sus antecedentes, la formación que recibieron de sus mismos padres o vivencias del pasado, los moldearon. En vez de apresurarnos a juzgarlos de forma severa, debemos hacer un ejercicio de razón para intentar conciliar todas estas realidades. Y a veces, ponerse del lado de la justicia y dejar que paguen sus consecuencias será la forma de mostrarles verdadero amor.

Por otro lado, acusar a alguien de abuso sexual de menores, sea culpable o no, será un estigma que permanecerá por el resto de su vida. Es por eso por lo que una acusación falsa de este delito, incluso si se hace como broma, es una de las cosas más terribles que se le puede hacer a una persona. La gravedad del asunto y el avance de las leyes hace que, con justa razón, se le brinde la mayor de las ventajas a la víctima*, pero esto supone enormes obstáculos cuando se acusa a alguien falsamente.

Si algún adulto está pretendiendo a una persona menor de edad, mi consejo inmediato es que debe de abandonar esa relación y, en todo caso, esperar la mayoría de edad. Ninguna relación vale el cargar con la etiqueta de abusador de menores. Conozco un par de amigos que se metieron con jóvenes cercanas a la mayoría de edad en relaciones consensuadas (El adulto en sus 18 o 20s, los menores en sus 17). Legalmente no ameritaron un castigo, pero eso basto para etiquetarlos y de vez en cuando, cuando todo parece superado, alguien aparece para decirte que no se ha olvidado. Créeme, no será agradable. Esperar la mayoría de edad para cortejar a una persona me parece un valioso ejercicio de autodominio y un reflejo de madurez.

Por supuesto, existe personas cuya excitación o placer sexual se dirige a edades menores, los niños o incluso a los infantes. Pese a lo genuino que pueda ser la naturaleza de dichos impulsos, no hay ninguna justificación para meterse con un menor. Lo mejor que puede hacer una persona que reconoce tener dichos impulso es acudir a un profesional y atenderse. La razón debe predominar sobre sus deseos y entender en todo momento que no son correctos. Y debe tomar las medidas que sean necesarias para asegurarse de nunca abusar de un menor.

¿Existe redención para las personas que han abusado de un menor? ¿Es posible reintegrarlos a la sociedad de una manera segura? En la actualidad, parece que la respuesta a ambas preguntas es un no. En ese sentido, me parece que aún queda un trabajo pendiente, principalmente por aquellas que reconocen su problema y buscan la ayuda, o los que genuinamente están arrepentidos por su error y desean cambiar. Algunos son brillantes en otros campos, tal como lo era Arnold Friedman e incluso al igual que él, sienten un grado de vergüenza o culpa. La sociedad, por ahora, ha decido cancelarlos, exiliarlos por completo sin oportunidad de redimirse. Para muchos de ellos, una vez puestos en evidencia, su vida se ha acabado. Y muchos opinan que está bien, que es lo menos que pueden esperar, sobre todo si han concretado el abuso. Yo creo que no debemos alienarlos para siempre y que debemos hallar la forma de reinsertarlos de nuevo a la sociedad hasta donde sea posible.

*Hablo mucho en masculino para referirme al acusado y en las víctimas a veces femenino y a veces masculino, pero eso es solo por simplificar. Debemos recordar que también hay mujeres que cometen este delito.