Siempre te voy a recordar así

«Siempre te voy a recordar así», te escribí como dedicatoria detrás de aquella foto que te regalé. Estabas parado en medio del patio sosteniendo un botecito de pintura blanca con la que me ayudabas a pintar la escalera. Lo que me gusta de esa instantánea es tu cara, tu sonrisa, cautivaba tu esencia: un pícaro… pese a toda la tormenta de la que íbamos apenas saliendo.

Lo peor ya había pasado. Unos meses atrás, por un desamor, estuviste a punto de extinguir tu existencia antes de llegar a la mayoría de edad. Y por poco lo consigues. Nunca olvidaré la angustia que me quebró cuando me llamaste para despedirte. Y el alivio después de sobrevivir. «Siempre estaré feliz de que hayas tenido una segunda oportunidad», escribí posteriormente en otra foto.

Aunque los días que siguieron no fueron fáciles, intentamos de todo. Distraer tu mente y ocuparte. Ahí fue cuando te «contraté» para trabajar en la casa y cuando se tomó esa foto. Pero ni tu rebeldía había acabado, ni la lección había sido aprendida. Poco a poco me convencí de que el propósito de haber intersectado en tu vida se había completado y era momento de seguir adelante. Admito que me costó desacostumbrarme.

Y después de aquello, poco volví a saber de ti. Volviste a intentarlo con aquella chica, no funcionó. Vinieron otras mujeres más, nunca te faltaron, porque eso siempre se te dio muy bien. Vinieron los excesos: el alcohol, el cigarro y, finalmente, las drogas. Y junto con ello vinieron las malas amistades, esas que te acaban persiguiendo por toda la vida.

En algún momento nos volvimos a reencontrar. La vida tiene altas y bajas, y da vueltas inesperadas. Pero tú ya no eras el mismo (y yo tampoco). Aquella cara se había ido y había sido sustituida por una más grotesca y malvada. A pesar de ello, todavía te esforzabas por intentar agradarme, como queriendo convencerme de que todo seguía igual y de que eras la misma persona. Y quizá era verdad, quizá debajo de todo aquel cuerpo, ya mucho más embarnecido y maleado, seguía existiendo un corazón que latía con el alma de aquel niño.

Ya nunca lo sabré. Me autocensuro en este escrito para evitar contar a detalle los sucesos que precedieron a tu muerte. Fuiste demasiado temerario, te ganó tu exceso de confianza, te creíste inmortal. Fue muy tonto de tu parte.

Hace dos semanas te arrebataron la vida. Dejaste un padre que ya estaba resignado a que ocurriera lo inevitable. Una madre que está destrozada. Una novia que parece que te amaba mucho. Un funeral discreto por temor a cualquier represalia.

Te mentiría si dijera que yo siento algo parecido. No siento culpa, no siento que te fallé. Siento que tuviste esa segunda oportunidad en tu vida y que en pleno ejercicio de tu libertad elegiste ese camino. Siempre hubo opción de evitar el trágico destino, pero decidiste no elegirla. Eso sí, jamás estaré contento con lo que te pasó. No debió ser así.

Escribo estas palabras en un intento de cerrar el capítulo. Para expresar que estoy en paz. Que he tenido un momento de nostalgia revisando tus fotos y me quedo con todo, lo bueno y lo malo que vivimos. Que ya derramé algunas lágrimas por esos recuerdos. Descansa, mi antiguo amigo. «Siempre te voy a recordar así».

A.J.C.G. (1999-2025)