En el filme «Parásitos», el «olor a pobre» es la gota que derrama el vaso para que el personaje principal estalle. No se dan más detalles pero yo creo que es olor a humedad.
En la novela «El Perfume», siempre me cautivó la historia del personaje y su maldición: un hombre con la nariz más aguda del mundo pero que carece de olor, un precio que termina siendo demasiado alto para su don.
Personalmente siempre he sido «fan» de los olores, no es que intente ser un puerco, fetichista o pervertido. Me refiero que me gusta explorarlos sin prejuicios pues finalmente estan ahí y somos nosotros los que les ponemos una etiqueta de buenos o malos, aunque aquí la moral no tenga sentido. Por ejemplo, me pasa seguido con el sudor, tema del que hablé en este post y este otro.
Por tales razones, «Odorama» de Federico Kukso es uno de mis libros favoritos. Te cuenta muchas curiosidades sobre los olores y el sentido del olfato. La imposibilidad de conservar fácilmente aromas convierte a este sentido en quizá el menos explorado por la historia y el arte. No sabemos con certeza a qué olía un perfume del Egipto antiguo y mucho menos el olor de la Tierra primigenia.
Los olores desagradables parecen advertirnos sobre algún peligro, por ejemplo, pueden alertarnos de un alimento que entró en descomposición y así nos previenen de ingerirlo. La anosmia o pérdida del sentido del olfato, era un síntoma frecuente durante la pandemia de COVID-19. Quienes la padecimos, pudimos constatar la importancia de este sentido más allá de oler la comida.
Los olores no son buenos o malos per se. Son lo que son, nos parezcan hediondos o fragantes. Tan ajenos resultan a estas categorías que la línea entre lo desagradable y lo agradable puede ser subjetiva. El olor que producen las bacterias Brevibacterium linens en nuestros pies nos resultan nauseabundos, pero si en el queso nos resultan irresistibles. Algo parecido ocurre con algunas flatulencias, las cuales, ignorando de dónde han salido, pueden conservan todavía algunos aromas de los alimentos originales. Por si fuera poco, «fumarse un pedo» implica respirar moléculas de gases que literalmente salieron del ano de una persona.
Durante la Edad Media, muchos ciudades y pueblos de Europa, carentes de sistemas de drenaje, debían oler a cloaca. Aunque lo cierto es que la gente estaba mucho más acostumbrada a ello que algunos posiblemente, en la cotidianidad, ni lo notaban. Parece que en algún momento de esa época se comenzó a marcar más una división de los olores «buenos» y «malos», y algunos terminaron por ser vedados. Los perfumes se volvieron más comunes en la nobleza con toda la intención de emascarar una higiene deficiente. Curioso, en un principio ni siquiera había perfumes para hombre o mujer, y algunos aromas comunes de aquella época, sobre todo florales, hoy se les considera más «de mujer».
«Vivir es respirar y respirar es oler», afirma Kukso. Exponerse a todo tipo de aromas puede enriquecer la experiencia misma. Nadie puede negar el poder de un aroma. Puede evocar memorias y trasportarnos a lugares y momentos de forma única. Sin ellos, la vida no sería igual. Es más, ni siquiera tendría sentido.