Cumplí 44 años este fin de semana y los pasé desapercibido, sin pena ni gloria, en compañía de algunos buenos amigos en Hidalgo. A continuación, algunas reflexiones.
Sobre las crisis de cada diez años
Mi crisis de los 30 fue a los 29; escribí sobre ello en aquel entonces. Al final lo que aprendí es que estar solo no es lo mismo que vivir en soledad, y que no es el fin del mundo. Me abrí más al mundo, me obligué a conocer más gente y a intentar generar amistades más entrañables, también, en cierto sentido, más verdaderas, con las que pudiera contar. Por supuesto, no es fácil.
Mi crisis de los 40 fue una crisis colectiva por la pandemia. Sobreviví al COVID, pero sobre todo, sobreviví a la paranoia del COVID. Aprendimos muchas cosas sobre la marcha.
Lo que sí me parece válido decir es que, gracias a la ciencia y al avance tecnológico, en muchos aspectos, los treintas son los nuevos veintes y los cuarentas, los nuevos treintas. Así que, mis consejos para los que pronto llegarán a esas edades son simplemente que no se desesperen si, pese al trabajo o al esfuerzo, aún no están en donde quieren. E inviertan en ustedes mismos en los tres pilares fundamentales: ejercicio, alimentación y descanso. Eso puede aminorar el paso de la edad y ayudarles a permanecer vigentes por más tiempo.
«Quizá ya es demasiado tarde para emprender»
Esta frase me la comentó un señor jubilado con el que platicaba esta semana. Iba con otro amigo y mi sobrino, y en cierto momento el señor, con sus años de experiencia, nos quiso dar un consejo. «Emprendan, es lo mejor que pueden hacer; pero háganlo antes de los cuarenta. Después ya es demasiado tarde, es complicado». Hizo una pausa y, de pronto, me voltea a ver y me dice: «¿Tú cuántos años tienes?». «Cuarenta y cuatro», le respondí, y acto seguido se quedó pensando y dijo: «Quizá ya es demasiado tarde para emprender».
Le dije que sí, que podría ser cierto. Agradecí su honestidad. Me dejó un poquito pensando, aunque no estoy nada convencido de ello. Sobre todo porque emprender depende de muchas circunstancias. Me atrevo a pensar que su opinión resultaba mucho más válida con sus contemporáneos de hace algunos años. ¿Tendrá razón? El tiempo lo dirá.
«Es que te ves más joven»
Ayer compré unos «dorilocos» en un negocio de la colonia que atiende una señora. Comenzó a hacerme la plática sobre el calor y cómo le batalla para dormir, y luego levantarse temprano para preparar el lunch para sus hijos que se van al trabajo. Le comenté que a mí el calor me obliga a levantarme más temprano y, por eso, a veces lo prefiero. En cambio, con el frío yo no quiero salir de la cama.
«Pero, ¿tú tienes hijos?», me preguntó de inmediato. «No, yo ni siquiera soy casado», le dije. «Ah, bueno, es que así es muy diferente» me respondió. «¿Pues cuántos años tienes?», me pregunta. «Tengo cuarenta y cuatro», le respondí, y se quedó un poco sorprendida. «Yo voy a cumplir cuarenta y dos este 7 de mayo», me contestó y luego dijo «Es que te ves más joven».
A continuación, me contó que ella se casó joven y tuvo a sus dos hijos igual muy chica. A los dos años se divorció y nunca más volvió a casarse. Hoy se dedica a sus hijos, de 26 y 22 años respectivamente, ambos solteros y ya trabajando.
Que me digan que me veo más joven siempre es un buen halago. Tampoco es que me vea puberto, pero, por lo general, siempre me calculan algunos años menos. Sin embargo, creo que estoy estrenando una etapa de nuevas incomodidades. La gente lo intenta disimular, pero parece ver raro a un cuarentón que no se ha casado y que no ha formado una familia. En el fondo, parece que no encajo en las expectativas de la sociedad. Y he de admitir que estas situaciones a veces sí me llegan a pegar y a hacerme sentir que nunca le intenté dar rumbo a mi vida. Sin embargo, hasta ahora he logrado sobrellevar los pensamientos y tratar de hacer un análisis racional de por qué no debería darle demasiada importancia.
Altruismo
A mis cuarenta y tantos, ni he escrito un libro, ni he plantado un árbol, ni he engendrado un hijo. Podría decirse que, ante las expectativas de lo que se espera de mí, soy un fracasado, como muchos tantos que brillan y se extinguen por la superficie del planeta. No veo por ahora algo en lo que vaya a trascender o dejar una huella. Pero tampoco es que me sienta derrotado o desanimado; sencillamente, creo que me sigo esforzando.
Mis esfuerzos por «apadrinar» jóvenes que necesitan ayuda siempre han sido agridulces. Momentos de gozo y de lágrimas. Me han enseñado que criar y educar al ser humano es un trabajo complejo. Pero también me han enseñado a respetar límites, su libre albedrío, y saber que, en algún momento, solo queda soltar y desearles lo mejor. La vida de cada ser humano está llena de errores, fracasos y malas decisiones. Entonces, lo que sea que haya logrado con ellos ha valido toda la pena. Seguirán yendo y viniendo, y mi labor, siempre que pueda, será la de intentar brindar ayuda.
«Cuando socorras a un necesitado, hazlo de modo que ni siquiera tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha». (Mateo 6:3, La Palabra -Hispanoamérica)
Mi objetivo a trabajar por ahora será ser más discreto, no ir contando por la vida todo lo que hice y si ayudé a alguien. Solo sembrar la semilla, y ojalá que algún día la sociedad pueda beneficiarse. Mi objetivo es hacerlo siendo intrascendente. Porque de eso se trata el altruismo.
