A veces solo quiero desaparecer

Aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre

– Scarlett O’Hara, Lo que el viento se llevó (1939)

Seguido me abruma la miseria humana de todos los días. A lo largo de mi vida he intentado brindar ayuda solo para terminar convencido de que somos causas perdidas.

Visitamos a tres niños, el mayor apenas tiene 10 años. Todos los días quedan al cuidado de la abuela mientras la madre se va a trabajar. El padre es un alcohólico que los abandonó. La abuela, el abuelo también alcohólico, los niños y su mamá, viven en un baldío donde han construido un par de cuartos con lonas. Mi acompañante les lleva de regalo unas galletas. Mientras estamos ahí observando sus deplorables condiciones, me pregunto si acaso no sería mejor entregar a los niños al DIF para que fueran a algún servicio de asistencia infantil. No logró entender cómo podría yo hacer alguna diferencia.

El sábado pasado encontramos una perrita en el parque, hay muchos perros ahí, pero ésta es dócil y amigable, quiere jugar. Le acariciamos su cabello que se siente sedoso y vemos que portan un collar en el cuello pero no tiene nombre. Como no puedo llevarla a la casa, debe quedarse ahí. Hoy la página de la colonia publica una foto de la perrita muerta y siento que se me parte el corazón. No puedo evitar sentirme culpable.

A veces decido meter la manos pero, con frecuencia, los resultados son impredecibles, por no decir decepcionantes. La he regado tantas veces que, cada vez más seguido, opto por ser un observador pasivo.

Creo que por eso los ricos pretender llevar vidas exclusivas y negarse a esta realidad. Construyen una a su medida donde puedan olvidar la pobreza y la miseria. «Si no se ve, no existe». A veces me invade esa sensación de que yo debería de hacer lo mismo, negarme a mi realidad, entregarme a la búsqueda de una vida acomodada y darle la espalda al mundo. Como Scarlett O’Hara que desciende al infierno de la carencia y se resuelve a no regresar ahí cueste lo que cueste.

En la novela «Y las montañas hablaron» de Khaled Hosseini se expone algo similar: las injusticias pueden ser tan terribles y las imágenes tan desgarradoras que como mecanismo de defensa optamos por no mirar. Solo cuando se viven en carne propia es cuando no tenemos más opción que enfrentarlas.

Muchos me dicen «¡Tranquilo! No es tu problema». Les juro que yo me repito lo mismo, pero no puedo evitar preocuparme. Hay días como hoy que las angustias me rebasan y tengo que navegar en piloto automático.