«Es broma pero si quieres no es broma», dicen por ahí y escribo esto un tanto como una confesión que espero no traume ni inquiete a nadie.
Desde hace algunos años siempre he tenido la idea de morir a los 50. Según yo, se me hace un buen momento. La edad en realidad se trata de un aproximado, calculando que mis padres —que son los únicos a quienes considero mi responsabilidad y con quienes siento el deber de estar presente— hayan dejado el plano de la existencia. Por supuesto, no llevo prisa por ese evento; al contrario, que me duren lo más que se pueda.
La verdad es que no contemplo el suicidio como tal; sencillamente pienso que en ese momento no tendré tanto interés en conservar la vida. Podría optar por un derrotero un tanto destructivo, podría descuidar mi salud, podría decidir involucrarme en deportes o actividades extremas, podría ser más temerario y arriesgar mi vida para salvar a otros, dedicarme de lleno a servir de voluntario o recluirme en un monasterio. Espero se entienda la idea.
Hace algunos meses, después de platicar con mi amigo Pako y escuchar algunos podcasts de filosofía y psicología, me di cuenta de algo. No había notado que pensar de esta forma y haber definido esto como objetivo ha moldeado mucho mi presente.
Pienso en lo que dice mi amigo Pako sobre cómo todos tomamos decisiones que definen nuestras vidas y eso incluye a nuestros padres. Tomemos el caso de su madre, que decidió no volver a casarse y hoy debe asumir las consecuencias de esa decisión. Aunque él no vive con su madre, de ninguna manera podría considerarse que la ha abandonado. Entre él y su hermana se han encargado de darle un hogar, cubrir sus gastos y estar al pendiente de ella. En otras palabras, puede no estar presente, pero no ausente.
La verdad es que aquel día me quedé pensando en todas aquellas cosas a las que he renunciado por estar presente. Mi vida, en cierta forma, se ha estancado en una constante y cómoda rutina. ¿Debería replantearme algunas decisiones? ¿Es posible que no haya explorado todas las opciones? ¿Podría haber soluciones más ingeniosas? Por supuesto que sí. Y aquel día me entró la curiosidad de que podría arriesgar más y aprovechar mi momento. Quizá aún no supero del todo esa idea de «hasta los 50», pero me da la sospecha de que podría llegar a esa fecha de una manera muy distinta a la que había pensado.