Coronavirus y crisis 6

Divagaciones varias y desordenadas del tema del momento, parte 6.

Lee la primera parte de esta historia aquí.

La segunda semana

Es lunes 18 de enero y estoy por iniciar mi segunda semana de aislamiento. Me siento recuperado y optimista, pues mis padres siguen sin síntomas. Desde que inicié mi aislamiento, ellos mismos han seguido su protocolo de seguridad: usan cubrebocas en casa y duermen en habitaciones separadas. Medidas que esperamos puede ayudar si acaso solo uno esta contagiado.

Por la tarde, mi amigo doctor los revisa. La saturación de mi padre esta inestable y en momentos desciende por debajo del 90%. De la calma, volvemos al estado de alarma. Esa noche, por recomendación del doctor, mi padre comienza con una dosis muy baja de oxígeno. «Hemos sido muy felices, si nos tenemos que ir, nos iremos sin lamentar nada», mi mente, nublada en ansiedad, repite continuamente las palabras de mi padre en busca de consuelo.

Al día siguiente, martes, hacemos pruebas retirando el oxígeno y monitoreando. Su oxigenación se mantiene arriba de 90% y desciende muy poco, es buena señal. Por prevención, debe seguir con la dosis baja de oxígeno al dormir. Ese día programo sus pruebas PCR a domicilio. Las muestras las toman el miércoles y los resultados llegan el jueves. Ambos son negativos. Mis padres no están contagiados y es la mejor noticia que puedo recibir. Ese jueves, por la noche, por fin siento que descanso al dormir. Sobre la oxigenación baja de mi padre, hay un par de posibles explicaciones, pero por ahora estamos tranquilos. Por cualquier cosa, el protocolo de seguridad continúa hasta completar las dos semanas. En mi caso, por mis secuelas, voluntariamente decidí permanecer aislado hasta completar el mes.

El hermano de mi cuñado

A la par de esta buena noticia, la situación del hermano de mi cuñado no nos permitía estar en paz. El viernes de mi primer semana de aislamiento, su condición se había agravado tanto que, necesitaba un suministro de oxígeno de 8 litros por minuto. Uno de los concentradores que habíamos comprado y que le había estado ayudando ahora era claramente insuficiente (además, aprendimos, por ejemplo, que los concentradores manejan una especificación de concentración o pureza de oxigeno que hace que un modelo de 5 litros no te termine entregando esa cantidad en total, sino algo inferior y para algunos modelos, trabajando a su capacidad máxima, la concentración de oxígeno puede descender hasta un 60% o incluso menos).

En aquel momento crítico, mi cuñado y su familia experimentaron un generoso gesto de nuestro amigo doctor, que también estaba atendiendo al hermano de mi cuñado. Como conté en una entrada anterior, el abuelo de este doctor se infectó y se recuperó de COVID, pero sigue requiriendo dosis baja de oxígeno. Resulta que la familia ofreció el tanque grande del abuelo, mientras ellos se limitaron a usar dos tanques pequeños para el abuelo. Dicho acto le salvó la vida al hermano de mi cuñado aquella noche. Sin embargo, con una demanda tan alta de oxígeno, el tanque quedaría vacío en menos de 24 horas. Así que esa misma noche la familia de mi cuñado se reunió por videollamada para tomar una difícil decisión: o iniciaban en ese momento el viacrucis de buscar espacio en un hospital, o buscaban por todos los medios un segundo tanque en medio de la absoluta escasez. Así fue que, el hermano de mi cuñado decidió que no quería ir al hospital a un futuro incierto y en su lugar, prefirió quedarse en casa a la espera de un milagro o al menos para morir menos solo, rodeado de un poco del cariño de su familia.

Y el milagro ocurrió. Al día siguiente, otra amistad viajó desde otro municipio del Estado de México para prestar otro tanque. Por si fuera poco, resulta que la válvula de ese tanque permitió habilitar un tercer tanque de otro contacto que había ofrecido un tanque pero que carecía de dicha válvula. Ahora mi cuñado podía ir a llenar los tanques sin tanta premura. Además, gracias a una adaptación que hizo mi amigo el doctor para combinar el tanque y el concentrador, se logró extender más la duración de los tanques. Se comenzaba a sentir un destello de esperanza; excepto que el paciente no mejoraba. Para el domingo ya requería 11 litros de oxígeno y comenzamos a temer lo peor.

No obstante, el lunes comenzó a mostrar signos de mejoría. Sin duda el más importante fue que su dependencia de oxígeno disminuyó. Era necesario administrarle diario una dosis del medicamento anticoagulante y, por nuestra exagerada previsión, en casa teníamos suficientes reservas. Poco a poco comenzó a mejorar y recuperar fuerzas. Su recuperación se prolongó por casi un mes y hasta ahora continúa recibiendo una dosis baja de oxígeno por las noches. Sus estudios revelan algunas secuelas en los pulmones, pero parecen que no son tan graves como para impedirle llevar una vida normal y, lo más importante, ha logrado vivir para contarla.

Secuelas

Aunque mis síntomas más molestos desaparecieron desde la primer semana de aislamiento, por varias semanas más tuve dolor de garganta y algo de la llamada «lengua covid«. También durante las primeras semanas, experimentaba de forma repentina unos bajones de energía terribles que me obligaban a recostarme. Por las noches sentía opresión en el pecho, pulso acelerado, extremidades dormidas. Pensaba que me iba a dar un infarto, pero mi amigo doctor insistía que eran secuelas. Tarde mucho en convencerme, pero tenía razón y todo fue desapareciendo.

Quiero agregar que, aunque la enfermedad y sus síntomas son muy reales, conversando con otros recuperados, coincidimos que la carga emocional, el estrés, la ansiedad que se experimenta y la falta de sueño, le agregan un efecto multiplicador a los síntomas. Muchos descubrimos que cuando logramos reducir dicha ansiedad, varias de estas cosas disminuyeron o hasta desaparecieron. He aquí la importancia de proporcionar al paciente un tratamiento integral que no descuide la parte emocional.

Como parte de mi recuperación, y posterior a concluir mi aislamiento, comencé a salir a caminar al parque de manera regular. Un día, al subir las escaleras de un puente peatonal, descubrí sorprendido lo que otras personas han descrito como secuela: llegué arriba sintiendo la falta de aire. Fue hasta ese momento que pude notar algún indicio de secuela en mi respiración. Desde entonces, he tratado de hacer ejercicio para tratar de rehabilitarme y ver si mi condición mejora. Además, un mes y medio después de infectarme, por fin pude someterme a mi operación de vesícula y parte de mi recuperación incluía la recomendación de caminar todos los días, así que no me ha quedado de otra más que mantenerme activo y parece que me ha servido bastante.

Lo cierto es que, como se he dicho, parece que aún desconocemos todas las posibles secuelas que a largo plazo que tendrá esta enfermedad y sabemos que todo apunta a que van más allá de exclusivamente el sistema respiratorio. Espero poder en unos meses hacerme algunos estudios que me permitan ver si pudiera quedar aún algún tipo de secuela.

Retrospección

¿Cómo me contagié? Todo apunta al domingo 3 de enero en una panadería. Ese día fui a comprar un pastel y el lugar se hallaba abarrotado con gente comprando roscas de reyes. Debí haber hecho caso a mi incomodidad y retirarme, pero me pareció que como yo iría a los refrigeradores por un pastel que ya tenía elegido, todo sería rápido. Y así fue, todo debió durar menos de 10 minutos. Curiosamente, mientras esperaba mi turno para pagar, una señora se quejaba a la salida con el guardia: «hay mucha gente, los voy a denunciar, no se están siguiendo las normas de distanciamiento».

Y la señora tenía razón. Hoy sabemos que la principal forma de contagio se da en espacios reducidos, cerrados, con mucha gente y poca ventilación, los eventos de superdiseminación. A raíz de esa experiencia, pude notar que lo que me había protegido a mí y a mi familia de infectarnos, no era tanto el cubrebocas de tela que siempre portábamos, sino sobre todo, el distanciamiento social. Prácticamente, desde el inicio, acudimos a hacer las compras siempre en lugares espaciosos y con poca gente. A partir de entonces hemos comenzado a usar cubrebocas quirúrgicos o algún modelo KN95 al ir de compras y con mucha más razón, evitamos a toda costa los lugares concurridos.

Como ya comenté, otra lección aprendida es la de atender la parte emocional. La ansiedad puede ser terrible y destructiva, es fundamental aprender a sobrellevarla y, de ser necesario, buscar ayuda durante y después de la enfermedad (lo mismo aplica si tienes un familiar enfermo). En mi caso, debo agradecer las llamadas y mensajes de amigos y conocidos que estuvieron al pendiente de mi y me ayudaron a soportar la situación. Debo admitir que desarrollé una especie de trauma (parecido al que muchos de la CDMX y alrededores experimentamos con la alerta sísmica) con el sonido de las ambulancias y sus sirenas que sonaban, literalmente las 24 horas, durante todo ese mes de enero, al grado que en momentos ansiaba desconectarme. Cada una era un paciente grave, una familia sufriendo, un muerto más a la cuenta. Además, cada semana de enero, entre conocidos y amistades, hubo uno o dos fallecidos, algunos por COVID, otros por otras causas, la verdad es que a veces sentía la necesidad de ponerle un filtro a las noticias y toda la información que circulaba en ese momento, por salud mental mía y de mis padres. Sin embargo, a veces sencillamente era imposible.

Por otro lado, mi experiencia personal con la pandemia, profundizó más mi indignación con la forma en que el gobierno atendió la situación. Algunos defensores dicen que por qué tenemos que esperar que el presidente o López-Gatell sigan las instrucciones para hacer caso si nosotros ya sabemos lo que debemos hacer. En otras palabras, que de poco puede servir su ejemplo. Sin embargo, me pregunto ¿cómo entonces justifican el argumento similar que les vendió el presidente de que «si el presidente no es corrupto, el pueblo tampoco lo será»? ¿Aplica o no el ejemplo? Es cierto que debemos tener la capacidad de razonar y saber lo que esta correcto pero, en una sociedad tan incrédula y escéptica para con la ciencia, una tan inundada de desinformación en la redes sociales, a veces el ejemplo puede ser el único recurso.

Incluso el hecho de que tanto el presidente, como López-Gatell se hayan contagiado me parece una prueba de que no estuvieron a la altura de las circunstancias, no por el contagio como tal, sino por la causa: un presidente que siguió haciendo giras y que no usaba cubrebocas; un López-Gatell que se escapó a las playas de Oaxaca y al que captaron sin cubrebocas por la calle cuando aún podía transmitir la enfermedad. Parece que para el presidente ponerse un cubrebocas es admitir algún tipo de sometimiento a sus detractores o una privación de su libertad de expresión, ¿qué pequeña debe ser la mentalidad de alguien para creer que un pequeño trozo de tela lo puede callar?

Pero sin duda, la prueba más evidente de que no se estuvo a la altura fue el rebasar la cantidad de 200 mil muertos oficiales, una cifra extremadamente más elevada que la del escenario catastrófico que predijo Lopez-Gatell. Además, algunos datos como el «exceso de mortalidad» han dejado en evidencia que a la cifra oficial de muertos aún le quedan otros tantos por agregar. Por nuestra experiencia, nos queda claro que ese número no es bajo. Resulta demasiado fácil encontrar casos de gente que perdió a familiares sin una prueba que confirmara el contagio e incluso un acta de defunción que indicara la verdadera causa del fallecimiento. A veces, para agilizar el proceso y reducir obstáculos, a médicos y funerarias no les quedó otra que mentir. Estoy seguro que muchos de esos fallecidos durante aquel mes maldito, no figuran en las cifras oficiales. Mientras tanto, en ese cruel mes de enero, mientras se alcanzaban picos terribles de muertes, era imposible escuchar el informe vespertino y no sentirse molesto. Datos y números fríos día tras días, vestidos de una rutina descarada de un gobierno que ahora solo se limitaba a contar muertos. Pudimos haberlo hecho mejor. Y sin embargo, el gobierno insiste en un manejo impecable, no ha sido capaz de admitir la más mínima crítica y por lo tanto enmendar su equivocaciones. Quizá este equivocado o quizá el tiempo nos de la razón.