Divagaciones varias y desordenadas del tema del momento, parte 4.
La tragedia vuelve a acechar
Uno de mis mayores temores de toda la vida, era perder a mi mamá. Ahora que ya ha ocurrido, no sé qué me queda.
A finales de octubre, la madre de otro buen amigo perdió la batalla contra el COVID-19. La cita de arriba son palabras de él. El impacto golpeó fuerte, pero no terminaría ahí. Una semana después, a la lista de fallecidos se uniría el famoso gamer y visionario de las tecnologías digitales, Óscar Yasser «Akira». Nunca lo conocí en persona, pero lo seguí por años en Twitter y a veces escuchaba su podcast Nerdcore. Lo mismo podía disentir que estar de acuerdo con sus opiniones y aunque no puedo decir que lo admirara, sí le guardaba un aprecio y respeto. Quizá eso, sumado a la poca diferencia de tiempo entre las pérdidas, hizo que su muerte me doliera mucho. Ya no era el abuelito, el papá o la persona que no tuvo los recursos para atenderse, ahora podía ser cualquiera de nosotros y si bien eso lo supimos desde el principio, solo hasta ese momento se sintió tan real. Me invadió el sentimiento de que solo restaba esperar nuestro turno.
Pero las cosas aún empeorarían. Poco después, los abuelos paternos del amigo que perdió a su madre también enfermaron de COVID y fallecieron. Eran personas con las que convivimos desde hace 35 años que llegamos aquí, y se fueron de la manera más terrible. El padre de mi amigo, recién enviudado, ahora también perdía a sus padres. Tres miembros de su familia en menos de un mes. ¿Cómo se supera algo así? Y lo triste es que estas historias se escriben por montones. Esa misma semana, por ejemplo, otra conocida de la colonia, madre soltera, falleció junto con su madre. Resulta que los papás enfermaron de COVID y ella, que no era tan grande ni parecía enfermiza, se infectó cuidándolos. Los tres acabaron hospitalizados y solo el papá volvió. Ella deja a un hijo adolescente.
Intentamos ayudar como pudimos, queríamos acompañarlos físicamente y abrazarlos, pero tuvimos que conformarnos con llamadas telefónicas, Zoom y en ocasiones llevando algún alimento a la puerta de su casa o un poco de dinero para costear los gastos imprevistos. Terminé noviembre emocionalmente muy desgastado, actuando en piloto automático y escapando un rato de la realidad refugiado en largas jornadas de trabajo.
ACTUALIZACIÓN: Al momento de redactar estas líneas, otra persona más de la comunidad de TI nos ha dejado. Se trata de José Ángel Espinoza (@onlyangel). A él lo conocí aproximadamente hace unos 10 años, cuando acostumbraba a asistir a los Super Happy Dev House que se organizaban en ese entonces. Le perdí la pista desde entonces, aunque nos seguíamos en Twitter. Era un apasionado de la tecnología y de su religión, lo cual siempre me causó admiración.
El que este libre de pecado…
En diciembre, los miembros de otra familia que son nuestros vecinos y buenos amigos enfermaron. Nos preocupó especialmente el señor más grande puesto que padece algunas enfermedades, incluyendo la diabetes. Afortunadamente la han librado. Parece que la temprana detección, así como el oportuno suministro de oxígeno y medicamentos fueron claves para tener un buen desenlace e incluso llevar su recuperación desde casa.
Todo esto ha moldeado mucho mi forma de pensar. Evidentemente hay mucha gente estúpida actuando imprudentemente. Quizá niegan la existencia de la enfermedad o se rehúsan a utilizar un cubrebocas como acto de rebeldía o porque siente que «les privan de sus derechos». Sin embargo, por el otro lado tenemos a gente que se atreve a emitir juicios demasiado severos, gente que hace generalizaciones con una tremenda facilidad. Al ver enfermar y morir a amigos y conocidos, inevitablemente me preguntaba «¿Hasta qué grado tuvieron la culpa de contagiarse?». Los padres de mi amigo que perdió a su madre tuvieron que volver al tianguis donde se ganaban la vida cuando los ahorros se agotaron y luego, día tras día, regresar a la vecindad donde vivían, la cual estaba lejos de ofrecer las mejores condiciones de seguridad e higiene. De los vecinos infectados, la explicación más probable se reduce a que hay dos médicos en la familia que han tenido que seguir trabajando (y al menos uno de ellos resultó infectado).
He aquí otro caso polémico. Otro buen amigo vuelve de su trabajo en Estados Unidos para reencontrarse con su padre que ha vencido la enfermedad en una batalla sin precedentes: dos meses internado con intubación, traqueotomía y coma incluidos. Este amigo es uno de los tantos que, en este complicado fin de año, llega a un atestado aeropuerto de la Ciudad de México. ¿Irresponsable? Honestamente, no lo sé. Solo creo que en sus zapatos yo habría hecho lo mismo.
¿A qué voy con todo esto? Que cuando alguien enferma, no importa si lo aprecias o no, no importa qué tanto se cuidó o no, las razones salen sobrando, pasan a un segundo plano. Lo único que resta es desearles lo mejor a esa persona y su familia. Si está en tus manos hacer algo, por mínimo que sea, ofrece tu ayuda. No lo juzgues con severidad. Ya hay demasiado dolor como para hacer de este un mundo más infeliz.
Volvemos al rojo «INTRASCEDENTE»
Las acciones del gobierno han sido objeto de muchas críticas. En mi opinión, tanto la sociedad como el gobierno en términos generales han demostrado actuar con irresponsabilidad. En vez de admitir sus fallos y corregirlos con rapidez, el gobierno se ha negado a reconocerlos, alimentando con esto una incredulidad y desconfianza ante una sociedad difícil de convencer. Ha culpado el «pueblo bueno» de no acatar las normas cayendo en todo tipo de contradicciones.
Una de ellas fue el regreso al semáforo rojo en la ciudad de México. Un semáforo que ellos mismos definieron y que a regañadientes se vieron obligados a retomar cuando ya no les quedó de otra. Ante el cuestionamiento, una semana antes de movernos al rojo, el secretario de prevención y promoción de la salud, Hugo López Gatell, afirmaría que “el color del semáforo es intrascendente”.
A finales del año, Gatell concluía uno de sus tuits con el hashtag #QuédateEnCasa. En una total incongruencia, se revelaría posteriormente que había faltado a su palabra al pasar unos días en las costas de Oaxaca. De nuevo vino el debate. Una respuesta común entre sus defensores era sencillamente que las vacaciones «se las tenía bien merecidas», sugiriendo así, inadvertidamente, que el resto de las familias o trabajadores, que han enfrentado retos enormes para salir adelante y respetar el confinamiento, no se las merecen. De nuevo no existió el menor indicio de intentar una disculpa, ni del secretario, ni del presidente. Sencillamente estás con ellos o en contra de ellos y no hay punto de conciliación. Y resume muy bien el actuar en general del actual gobierno.
Las vacunas.
Con «bombo y platillo», las vacunas llegaron a México el 23 de diciembre de 2020. Como medida de «calibración» de la cadena de frío que demandan dichas vacunas, cada país suele recibir una porción reducida de vacunas en su primera entrega. Esto no fue exclusivo de México. Sin embargo, siento que en una aparente necesidad de validar la cuestionada lucha contra a pandemia que efectúa el gobierno, el canciller, Marcelo Ebrard, organizó una ceremonia de recepción que resultó decepcionante al ver bajar un empaque que contenía tan solo 3 mil vacunas. De nuevo vendrían una serie de críticas de ambos bandos, muchas inútiles a mi gusto.
Y pese a todo, considero que tener las vacunas en diciembre fue un gran logro. No sabemos si se cumplirán los objetivos planteados para la aplicación de las vacunas. Se cuestiona la capacidad del gobierno en vista de los primeros resultados, pero lo cierto es que también otros países están pasando por la misma situación y algunos incluso apenas van a recibirla. Por mientras solo resta esperar en continua alerta mientras nos toca nuestro turno.