Coronavirus y crisis 3

Divagaciones varias y desordenadas del tema del momento, parte 3.

«Zoombados»

El uso de Zoom se ha vuelto tan común que, como dice @seldo, podría volverse un verbo. Mientras tanto, ya se habla de la «ansiedad por Zoom» que, como explica este artículo, se genera en nuestro cerebro en su intento de llenar los vacíos que una videoconferencia genera y que dan como resultados perturbación, inquietud y cansancio. Nuestra conciencia se encuentra confundida ante este nuevo tipo de relaciones y nuestro cerebro se resiste al engaño de las experiencias virtuales. El efecto me recuerda un poco al fenómeno del valle inquietante.

Personalmente estoy experimentado este efecto, estoy harto de ver a mis amigos por zoom, quiero verlos, platicar cara a cara, abrazarlos o tener algún tipo de contacto físico, por mínimo que sea.

Cuando se vuelve personal

La vez pasada comenté la pérdida de un tío. En junio perdimos otro, pero ahora por el lado de la familia de mi madre en Veracruz. Otro más, que también se reportaba grave, finalmente se sobrepuso, aunque prácticamente muchos de mis familiares en dicho estado parecen haberse contagiado.

El mismo día que falleció mi tío, el alboroto de los vecinos en nuestra calle reveló que algo no andaba bien. Nuestra sospecha se confirmó al día siguiente, cuando nos enteramos que uno de ellos había fallecido por coronavirus. Le calculo que era por mucho 5 años mayor que yo. Deja a una esposa y dos hijos. El funeral, curiosamente con el féretro presente en el patio de la casa, generó gran movimiento y aunque la familia sugería dar el pésame guardando sus distancias, a algunos sencillamente les valió. Le dieron una despedida al estilo del pueblo y podría decirse que tuvo un tono alegre, aunque demasiado aventurado considerando las circunstancias. Después de enterrarlo, dos mesas se pusieron en la calle para servir alimentos, el alcohol se hizo presente, y seguramente también algunos nuevos contagios. Pero al menos sirvió para derrumbar la incredulidad y para que más vecinos comenzaran a utilizar los cubrebocas.

A finales de julio, con la excusa de coincidir con un abogado para unos trámites en mi familia, pero en realidad, con toda la intención de poder ver a un buen amigo, acudí a una pequeña comida en su casa. Cuando regresé, decidí por precaución mantener un poco de distancia con la familia. Los días siguientes tuve algunos malestares, la mayoría de tipo estomacal que, aunque se explican por mis problemas ya crónicos (tengo una operación en mi lista de espera), también incluían algunos síntomas nuevos y raros como por ejemplo un poco de ardor al respirar por la nariz y la lengua escaldada, los cuales no significaron ni pérdida de gusto, ni de olfato. Por seguridad decidí mantener el aislamiento y usar en casa el cubrebocas. Por esos mismos días, mi buen @boyzo reportaba que luego de estar bajo tratamiento por una supuesta infección estomacal, había salido positivo al COVID-19. Mis alarmas volvieron a encenderse. Con el paso de los días, los síntomas han ido desapareciendo sin mayores contratiempos y me inclino más a pensar que la evidencia apunta a que no se trató de un contagio, sin embargo, por precaución he seguido manteniendo mi distancia y usando el cubrebocas.

«Tengo miedo, tengo pánico»

«Tengo miedo. Tengo miedo a que sea otra cosa. Los síntomas empezaron desde el viernes y muy rápido. […] Mi esposo lo corrieron de su trabajo, después de que dio lo mejor, ya que él amaba lo que hacía, es un golpe muy fuerte para los dos. Yo estoy preocupada por el seguro social […] Tengo pánico porque ahorita está muy complicado».

Desde el inicio de la pandemia y la crisis económica, nuestra familia ha tratado de apoyar discretamente y en la medida de nuestras posibilidades a conocidos y desconocidos. No ha sido nada extraordinario y la única razón para mencionarlo es justificar cómo llegó a nosotros el mensaje de arriba, de una conocida de la colonia que padece esclerosis. Sus palabras me llegaron hasta el alma porque retratan los miedos y temores que se viven en estos momentos. Bastan unos minutos para sentir que el mundo se nos viene encima y que la muerte viene detrás pisando nuestra sombra.

Son momentos de mostrarnos algo más de humanidad. De no tener pena de pedir ayuda y de no ser tan mezquinos que nos neguemos a darla. A veces solo es cuestión de destinar un tiempo para escuchar sin juzgar y de convertirte en un hombro para derramar lágrimas. A veces simplemente no necesitas ofrecer nada más.

Pan y Circo

Cuando el Dr. López-Gatell estimaba que habría unos entre 6 mil y 8 mil muertos, yo pensaba que en realidad llegaríamos a unos 20 mil. Ahora que hemos superado los 50 mil muertos, honestamente me siento desolado.

Con algo de recelo, he visto el primer capítulo de Pan y Circo de Diego Luna: «Crónicas de la pandemia». El actor es uno de los «arrepentidos» por su voto; algún fan del gobierno actual lo describió como «el actorcillo que se da toques de intelectual». Últimamente, sin embargo, me esfuerzo por poner en práctica un ejercicio de tolerancia que consiste en admitir que por muy desagradables que resulten los personajes, especialmente en estos tiempos por sus posturas políticas, casi siempre se podrá encontrar algunos puntos en común, sobre todo si logramos que la razón se imponga a nuestra parte visceral.

El episodio se limita a presentar las posturas del gobierno junto con otras visiones distintas. Si bien se percibe una crítica al manejo de la pandemia de parte de las autoridades, tampoco es algo que resulte escandaloso. Concluyo con el comentario que hace el doctor Samuel Ponce de León:

«Esto es como una deuda que adquieres, la vas a tener que pagar, nos la impone el virus. Si pagas de contado, los muertos pueden ser muchos. O pagas a plazos, pero siempre vas a terminar pagando todo. No hay ningún final feliz».