«Algunos párrafos escritos en esta libreta los escribí olvidándome de que no soy el juzgador de la gente ni tampoco debo de hacerlo»
Mi padre
Ocultas en lo que yo llamo «mi pequeño baúl recuerdos» yacen 4 amarillentas hojas que alguna vez arranqué de una vieja libreta francesa que estaba por irse a la basura y que hasta ahora nadie sabía cual había sido su destino. En ellas con algo de dificultad se distingue un manuscrito a lápiz escrito por un joven de 19 años hace unos 40 años. El autor: mi padre.
Quizá algún día me atreva a publicar el texto entero, pero por ahora la mayor parte permanecerá conmigo. Es una confesión, una instantánea de la vida de mi padre en aquel momento. Sus incertidumbres, temores, complejos, la queja hacia sus padres, la incompresión, el choque generacional, la conciencia y el remordimiento. Un ejercicio de autoanálisis y reflexión para intentar comprenderse y explicar porqué uno es lo que es.
La historia se repite y en muchos cosas solo hemos cambiado los papeles. De pronto parece que su queja y critica tienen un nuevo adepto en su hijo que se siente igualmente identificado y descrito por las palabras que el escribió 40 años atrás. Y sin embargo, cuando las cosas con el parecen salirse de control y sintiera que voy a despotricar, encuentro en sus palabras una razón para controlarme. Irónico cuando nos esforzamos por tratar de no ser la sombra, el fiel retrato de nuestro padre y pero lo acabamos siendo. Cual naúfrago que se empeña por abandonar la isla que lo aprisiona con tantas fuerzas que termina por olvidar el objetivo y al final descubre que ha llegado de nuevo a la misma isla. Si, para bien o para mal miramos con asombro que después de todo no eramos, no podíamos ser tan distintos.
¿Qué más puedo decir de mi padre? Qué también tuvo un padre, mi abuelo, a quién le tocó una niñez dura con una enorme pobreza y un padre aún mucho más estricto. Que también tuvo una madre, mi abuela, originaria de Acolihuia Puebla, católica y acostumbrada a ese ambiente de tranquilidad de pueblo donde no pasa nada. Que eran en total 9 hermanos cuya familia de limitados recursos no daban para mucho y donde la educación era un lujo y un privilegio.
¿Y qué más? Que mi padre perteneció a la generación perdida del 68. No es fácil estudiar cuando hay apuros económicos en la familia que no dejan la mente en paz. Si a eso le sumamos el ambiente que se generó en esos años cuando el gobierno se empecinó en borrar a aquellos estudiantes no cabe duda que el desánimo estaba a la vuelta de la esquina. Como mi padre comenta, la motivación era mínima, escasa, se percibía que por más esfuerzo que se hiciera no se podría brillar mucho. Y aunque el era un estudiante más que ni siquiera estaba metido de lleno en el movimiento estudiantil, a todos les toco parejo. A duras penas mi padre logró completar la vocacional. (Por cierto, el 2 de octubre de 1968 mi padre pensaba asistir a Tlatelolco, pero mi abuelo percibió sus intenciones y le prohibió salir de la casa. Mi abuelo salió en bici a hacer una ronda por el lugar y en cuanto oyó del alboroto regreso a casa de inmediato algo alterado).
Mucha de las cosas mi padre las aprendió en su trabajo. Cuando entró a Telecomunicaciones recibió varios cursos. En algún momento a fin de alejarse un tanto de la familia se movió a Veracruz donde conoció a mi madre y así empezó la historia de nuestra familia. Regresaron a la Ciudad de México y la familia creció en un departamento en La Raza donde prácticamente nos criamos todos.
Al poco tiempo que nací mi padre sufrió quizá la experiencia más trágica de su vida cuando debido a las preocupaciones se le detectó neurosis. Aunque yo era demasiado pequeño para recordarlo, hace poco mi hermana mayor me comentaba que ella si recuerda que en esos días mi padre literalmente lucía desconectado de este mundo. Gracias a Dios que logró recuperarse aunque yo creo que nunca volvió a ser el mismo y como vestigio físico uno de sus dedos de la mano le quedo ligeramente entumecido (aunque la verdad, pudo haber sido peor).
Mi padre es el eterno soñador, literalmente. Solo duerme 4 o 5 horas diarias y su sueño huye. El dice que no necesita de más, pero eso es mentira. Si se mantiene despierto es porque todo el día se la pasa haciendo algo, pero en el momento que se sienta para ver la tele (cosa que tampoco hace muy seguido) comienza de inmediato a cabecear. Alguna vez para pagar la casa tuvo tres trabajos, cosa que me aterra y me admira a la vez. Mi padre también es el eterno quejón que nada le parece. Casi 60 años de gobierno le han llevado a perder la esperanza. Yo también ya la perdí pero a diferencia de él todavía veo las cosas con algo de optimismo mientras que para el todo se resume a una eterna burocracia. A su criterio nadie hace mejor las cosas que él (no lo dice, pero lo da a saber) y quizá por ello se convirtió en un milusos que arregla TODO en la casa. También es el mayor pepenador que he conocido de tal forma que he llegado a pensar que nos criamos en una bodega más bien que una casa. La mitad de la casa esta llena de sus cosas y nada tira porque «todo sirve» aunque la verdad aún si se le concediera otra vida no acabaría con todas sus mugres. Un hueco vacío es una invitación para adoptar un nuevo tiliche. Quizá por eso los hijos nos volvimos tan desprendidos y desperdiciados. Yo con mis cosas aplico la de «si no lo use en un año, vamos buscando como darle salida» y no importa que la salida acabe siendo el bote de basura.
Aunque ambos lo niegan, de alguna forma siempre me he sentido el favorito de mis padres. Nunca les he dado lata ni problemas. Quizá por ello en algún momento de necesidad me convertí en el confesor de mis padres. Con frecuencia tengo que cargar con los problemas de la familia, de los hermanos y hasta los de pareja (chales). Y realmente a veces no quisiera tener que serlo, ni siquiera creo que sea del todo sano. Pero que le vamos a hacer.
Y para no alargarme más y más creo que lo que sigue se resume en que mi padre es un ser humano con sus pros y contras y con sus cosas buenas y otras no tanto. Yo quiero copiar lo bueno y no repetir lo que odio de él porque sencillamente no quiero repetir la misma historia, aunque sinceramente no sé si lo lograré. A veces quisiera decirle lo que no me gusta o hasta exigirle que no haga algo y se que me va a escuchar (porque siempre lo ha hecho) pero mi temor es cómo va a reaccionar. A veces creo que con todo su background (trasfondo) lo voy a terminar quebrando y que detrás de esa hombre fuerte que aparenta ser se oculta un alma delicada. Entonces me invade el sentimiento de culpa y frustación, de que quizá estoy pidiendo demasiado y que lo más conveniente es callar las cosas y tragarme todo. O es él o yo. Y claro, eso tampoco ayuda, porque cada dia la carga es mayor.
Hoy mi padre ya tiene su aspecto de viejo y comienza con sus achaques. Reconozco que hablamos menos y nos hemos distanciado. A veces lo percibo frustado, como si algo hubiera olvidado en el camino. Como si le hubieran quedado muchas cosas pendientes por hacer. Como si hubiera errado en algo y pensara que es tarde rectificar. Y a veces me siento impotente o con la creencia de que nosotros hemos tenido algo de culpa. Por mi mente me pregunto: ¿Qué te falto viejo que yo no logro discernirlo?. Y en la respuesta oculto esta el secreto para salvarme. Salvarme de no repetir los mismos errores. De no ser una copia fiel. Tampoco me empeño en ser alguien mejor que él pues después de todo ¿quién soy yo para determinarlo?.
Solo espero, me gustaria, ser alguien diferente.
P.D. Si lograste leer todo mi choro sin aburrirte, gracias y felicidades. Si no, pues tampoco importa mucho. Muchas veces estas entradas son más para mi que para ustedes, pero gracias de todas formas por visitarme.